“Se escribe con la angustia de verse deshonrado por una obra fallida.
El fracaso de una obra supone una gran vergüenza personal, porque uno no ha podido demostrar ni su inteligencia ni su talento. Encima queda uno como un vulgar ambicioso, un trepador de medio pelo. La angustia domina pues la realización de la obra artística, pero lo peor no es eso, lo peor llega cuando no llega el fracaso sino que la obra resulta más o menos lograda y consigue aplausos y, sin embrago, no se obtiene de todo eso ni siquiera una íntima satisfacción. Y es que en realidad no hay nada ahí en el reconocimiento, nada. Una obra lograda vive su propia vida, existe en alguna parte, al margen, y poco puede hacer ya por la vida de su autor. Y encima, para colmo, al autor lo agobian de pronto con superficiales felicitaciones, aplausos de honor dudoso, grandes manotazos en la espalda, petición de ridículos autógrafos, cartas tétricas de amor, invitaciones a anudarse una soga al cuello en cualquier premio nacional.”
Doctor Pasavento, de Vila-Matas
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