ESCRIBE: Boris Espezúa Salmón
Si se reconoce en los artistas e intelectuales en general su aporte en un momento dado de la historia, es interesante reconocer también en ellos el esfuerzo, la exigencia personal y constancia que respaldan e impulsan su trabajo que realizan y saludamos su contribución. Este es el caso de Fernando Chuquipiunta que a cada instante trata de pulir su trabajo poético, es un poeta pertinaz, que evidentemente con mayor visión de mundo, internalización que haga de mayores lecturas, cuajará aún más la decantación de su quehacer poético, que además también requiere también de la experiencia misma, de la viva cultura y de la absorción de los problemas sociales de nuestro entorno, para perfilar su mirada.
La poesía de Chuquipiunta tiene el hondo espíritu de Huancané de sus desbrozadas imágenes y de sus expresivas y agudas palabras que no sólo dicen poesía sino que tocan sus sentidos, como los afectos, recuerdos y el cosmos sobre la tierra volátil y sus estrellas mensajeras. Esa mirada holística es la que tienen los poetas andinos de perspectiva panteísta y misantrópica, por donde corren los ríos torrentosos, cadenciosos e incesantes, que vertebran una de las mejores poesías de todos los tiempos que se nutre de la naturaleza, como los que cantó Walt Whitman, así como César Vallejo o José María Arguedas.
Las dos vertientes que caracterizan a la poesía puneña que es su tradición andina y su vanguardia, aún no delinean con claridad el ámbito en el cual Fernando Chuquipiunta se adscribiría, sin embargo por ser todavía joven estaría llamado a tender más al vanguardismo que por ahora si quisiéramos encontrar evidencias de este ejercicio, aún no vislumbramos con rotundidez asomos sólidos en este sentido, en una poesía que tendrá que encontrar su propia configuración.
La poesía de Monólogo del Aedo tiene el encabalgamiento rítmico de Javier Heraud, de Carlos Oquendo de Amat que en forma simétrica se condice con el cielo arrobador, con su gente acogedora y anhelante de un Huancané de sus calles descalzas donde se cifra esperanzas de un mundo nuevo y emplaza a sus artistas a sentir en la punta del corazón el arte con un pálpito singular y desafiante. ¿Qué impulsa a los poetas jóvenes a publicar sus textos, en un país que más bien procura que el ciudadano se preocupe más por los bienes materiales y no por los artísticos-espirituales? En el caso de Fernando Chuquipiunta es su impulso vital, la membruda voz nacida de la tierra, que en la tierra se queda con la genitud del primer barro junto al agua y al fuego que es el comienzo de la vida, el balbuceo o el grito que desafora un destino que no se traiciona a sí mismo.
La poesía es una correspondencia singular entre los misterios de la naturaleza y los misterios del ser humano, permite introducirse en los vericuetos, umbrales y ladillas de las circunstancias, del dolor y de la alegría para expresar la grandeza y la miseria humana. Estos poemas de Fernando Chuquipiunta tienen esa pupila cocida en lo hervores del campo y en el amasijo de un hogar andino que busca su propio astro tras los Apus y la misma lluvia.
Sin embargo valga la oportunidad para decirle a nuestros jóvenes poetas que, es importante a la par de realizar el ejercicio poético, prepararse para siempre estar buscando la novedad, la renovación, cómo no los enseñaron lo mejor de nuestra literatura puneña, como Gamaliel Churata, Alejandro Peralta, Carlos Oquendo de Amat, Efraín Miranda Luján, quienes se singularizan por ello, y porque además su propuesta ideo-estética es producto de un estilo, de una manera de abordar las palabras poéticas, y de un compromiso con la palabra. Por lo que la apuesta debe ser hacía una poesía que pueda por lo menos igualar estos esfuerzos, por ello que la premura de publicar y mostrar avances del ejercicio poético, debe ser cuando encontremos que valga la pena situar un aporte no sólo a un contexto como Puno, sino a nivel abierto para el mundo. Esta es otra lección que nos enseñaron nuestros maestros.
Sin embargo, el tránsito de Fernando Chuquipiunta ha ido en ascenso y eso nos complace, sin que ello signifique que no siga esforzándose aún mucho más. Hagamos que el Monólogo de Fernando sea un diálogo entre nosotros, despojémonos de individualizarnos para interculturizarnos, hagamos que la poesía sea esa verdadera comunión como quería y quieren Ernesto Cardenal, William Ospina, Roberto Juarróz, y Eliseo Diego para un mundo que debe encontrar en la poesía la forma más expresiva de una humanidad aún no contaminada, resistente y felizmente no absorbida por el capitalismo feroz.