dos poemas: Alexánder Hilasaca
IN MEMORIAN
«Bebo para olvidar que soy un borracho»
Antoine de Saint-Exúpery
Y fui malo por amar la soledad de las aves
Donde el sol muere
existe un castillo construido de sombras
que palidecen en el disparo del recuerdo
incansablemente clavado en los ojos de Leopoldo María Panero
chiflado desde que vio los senos de su madre
sobrepasó los límites de los sanatorios
donde los héroes desesperados vagaron
con la única compañía de sus sombras, feroces entonces.
La muerte, errante y llena de espasmos,
se posó en las rodillas del pirata ahorcado por enésima vez.
En los solsticios de su juventud se agotó en los cestos.
Recuerdo la Navidad póstuma y tu relación con los orates
que pintaban los galeones con calaveras y espadas.
Los misterios bañados con la brea
fueron descifrados por tus hábitos de fabular leyendas
atestiguadas por los pescadores y beber en botas de cuero.
Recuerdo a Panero llenándose la boca de caracoles
preparados con manos obscenas y algas marinas
hablando de ti
con los labios partidos por el hachís.
Junto a los rebaños has llorado centellas
y curabas tus heridas con almendras,
era diciembre, el mes para morirse en tus caderas.
El pánico delirio de los cadalsos ya no te atormenta,
sobreviviste a los cañones y al olvido.
Cuando trazo un puente para llegar a ti
como espectro o luz de neón, grito o lágrima.
La mar se me sale por los ojos.
Mendigar en tu sangre,
orgulloso del boceto que acompaña tu tumba sórdidamente,
poema ciego que se apaga
en las pupilas de los que han muerto en mí,
disputándose la casta locura.
Qué tragedia sepultar tu esqueleto en el sexo pútrido,
maloliente, y beber un trago en tu nombre
por el resto de la vida.
Aquí estamos para desgarrar el odio del mundo
mientras la muerte habla y habla
y Satán diciéndote: «A levantarse, hombre, a levantarse...
que el universo ya es ceniza parda, y nada más que eso».
Sigo escribiendo, perdiendo el iris en los tinteros,
agonizando como un enfermo de cáncer o de vida,
al fin poseído por un rostro que me es ajeno,
tan ciego como los dioses
que no vislumbran nuestras murallas.
Estoy en tierras inertes,
sembrando conjuros y razas
en el rincón del infierno donde el sol negro
desciende para cortar tu alma,
y la tarde fue el ángel que salió de tu semen
y soñó con los duende entre multitudes de cadáveres
al fin canibalizado por nobles ratas.
Hablen, qué hay detrás de estos olores a mierda y orina
si no muerte hecha verso saliendo del ano.
Ya murió el sol y con él los girasoles.
Dejemos que estas palabras se pudran en la tumba a la hora del alba
para entrar a ti como una aguja llena de heroína.
ESCRIBIR AHORA QUE EL ALCOHOL ESTÁ EN MIS VENAS
«Levanto mi copa, invito a la luna
y a mi sombra, y ahora somos tres»
Li Po
Las cosas que hice por amor —Palabra de borracho—
Aquí en tus párpados mi corazón siempre está herido
como un fantasma que tose y escupe sangre
sobre los desiertos que andan desgraciados
igual que los rostros de la noche.
Los esqueletos de los poemas
exhumados por los gallinazos
se desvanecían en los picos
y tenían un sabor a conejo.
Mi abuelo, por aquel entonces
hablaba con la sabiduría de las plantas venenosas
como la espina de perro
o la menstruación de los murciélagos.
Entiendo que la cura de los siglos
va fracturando los tobillos del cartero.
Las dulces sílabas palpitaban en tus muslos
grabando en las páginas de tu cuerpo
la miel de las abejas
y ciertas utopías que maduraban en el sexo de los ángeles.
Los gritos del bucanero eran precoces y malentendidos
gritos de pequeñas alas ansiosas por ser libres.
Sé del llanto del pueblo
que es un fantasma musical
de los mitos flotantes sobre los dos pozos de tus ojos,
de esos amores malparidos
escritos con armas blancas.
Y aún cuando cavamos nuestra propia tumba
buscamos el principio del daño,
por eso naturalmente escribimos agonizando
como perros sin dueño,
muriendo en los refugios desesperados por predecir
la vida de los asmáticos o de los cancerígenos.
Esa noche muchos metiches y pendejos
me interrogaron por el solitario fantasma
que enterró su nombre en los bares de mala muerte,
en pieles cansadas de tanto exhibirse en las esquinas
y sobre todo por su inocencia tibiamente trocada
en las arcaicas posadas de paja y barro.
Todo se terminó bajo la luna
y así mi locura se ahogó en la raíz de la piedra
y este domingo se trenzó al pellejo del cigarro
y caminó algunos pasos
y se perdió en los espejismos de los manantiales.
En la soledad de una palabra
mi dolor es un libro complejo.
Aquí escribo poemas sobrios
que se levantan y asumen su identidad.
Por eso bebo en la calle esperando
que el amanecer desparrame su sangre en el asfalto
y entonces volveré a creer en aquél hombre
que tomó un atajo para llegar al pueblo
con una botella de ron entre las manos.
Estos poemas pertenecen al libro «Pájaro ebrio» del poeta Alexánder Hilasaca (Puno, 1987), editado por 12 ángulos, en Arequipa, en mayo del 2016.
Pintura: «The deep» por Jackson Pollock (1953)
https://www.jackson-pollock.org/
Y fui malo por amar la soledad de las aves
Donde el sol muere
existe un castillo construido de sombras
que palidecen en el disparo del recuerdo
incansablemente clavado en los ojos de Leopoldo María Panero
chiflado desde que vio los senos de su madre
sobrepasó los límites de los sanatorios
donde los héroes desesperados vagaron
con la única compañía de sus sombras, feroces entonces.
La muerte, errante y llena de espasmos,
se posó en las rodillas del pirata ahorcado por enésima vez.
En los solsticios de su juventud se agotó en los cestos.
Recuerdo la Navidad póstuma y tu relación con los orates
que pintaban los galeones con calaveras y espadas.
Los misterios bañados con la brea
fueron descifrados por tus hábitos de fabular leyendas
atestiguadas por los pescadores y beber en botas de cuero.
Recuerdo a Panero llenándose la boca de caracoles
preparados con manos obscenas y algas marinas
hablando de ti
con los labios partidos por el hachís.
Junto a los rebaños has llorado centellas
y curabas tus heridas con almendras,
era diciembre, el mes para morirse en tus caderas.
El pánico delirio de los cadalsos ya no te atormenta,
sobreviviste a los cañones y al olvido.
Cuando trazo un puente para llegar a ti
como espectro o luz de neón, grito o lágrima.
La mar se me sale por los ojos.
Mendigar en tu sangre,
orgulloso del boceto que acompaña tu tumba sórdidamente,
poema ciego que se apaga
en las pupilas de los que han muerto en mí,
disputándose la casta locura.
Qué tragedia sepultar tu esqueleto en el sexo pútrido,
maloliente, y beber un trago en tu nombre
por el resto de la vida.
Aquí estamos para desgarrar el odio del mundo
mientras la muerte habla y habla
y Satán diciéndote: «A levantarse, hombre, a levantarse...
que el universo ya es ceniza parda, y nada más que eso».
Sigo escribiendo, perdiendo el iris en los tinteros,
agonizando como un enfermo de cáncer o de vida,
al fin poseído por un rostro que me es ajeno,
tan ciego como los dioses
que no vislumbran nuestras murallas.
Estoy en tierras inertes,
sembrando conjuros y razas
en el rincón del infierno donde el sol negro
desciende para cortar tu alma,
y la tarde fue el ángel que salió de tu semen
y soñó con los duende entre multitudes de cadáveres
al fin canibalizado por nobles ratas.
Hablen, qué hay detrás de estos olores a mierda y orina
si no muerte hecha verso saliendo del ano.
Ya murió el sol y con él los girasoles.
Dejemos que estas palabras se pudran en la tumba a la hora del alba
para entrar a ti como una aguja llena de heroína.
ESCRIBIR AHORA QUE EL ALCOHOL ESTÁ EN MIS VENAS
Las cosas que hice por amor —Palabra de borracho—
Aquí en tus párpados mi corazón siempre está herido
como un fantasma que tose y escupe sangre
sobre los desiertos que andan desgraciados
igual que los rostros de la noche.
Los esqueletos de los poemas
exhumados por los gallinazos
se desvanecían en los picos
y tenían un sabor a conejo.
Mi abuelo, por aquel entonces
hablaba con la sabiduría de las plantas venenosas
como la espina de perro
o la menstruación de los murciélagos.
Entiendo que la cura de los siglos
va fracturando los tobillos del cartero.
Las dulces sílabas palpitaban en tus muslos
grabando en las páginas de tu cuerpo
la miel de las abejas
y ciertas utopías que maduraban en el sexo de los ángeles.
Los gritos del bucanero eran precoces y malentendidos
gritos de pequeñas alas ansiosas por ser libres.
Sé del llanto del pueblo
que es un fantasma musical
de los mitos flotantes sobre los dos pozos de tus ojos,
de esos amores malparidos
escritos con armas blancas.
Y aún cuando cavamos nuestra propia tumba
buscamos el principio del daño,
por eso naturalmente escribimos agonizando
como perros sin dueño,
muriendo en los refugios desesperados por predecir
la vida de los asmáticos o de los cancerígenos.
Esa noche muchos metiches y pendejos
me interrogaron por el solitario fantasma
que enterró su nombre en los bares de mala muerte,
en pieles cansadas de tanto exhibirse en las esquinas
y sobre todo por su inocencia tibiamente trocada
en las arcaicas posadas de paja y barro.
Todo se terminó bajo la luna
y así mi locura se ahogó en la raíz de la piedra
y este domingo se trenzó al pellejo del cigarro
y caminó algunos pasos
y se perdió en los espejismos de los manantiales.
En la soledad de una palabra
mi dolor es un libro complejo.
Aquí escribo poemas sobrios
que se levantan y asumen su identidad.
Por eso bebo en la calle esperando
que el amanecer desparrame su sangre en el asfalto
y entonces volveré a creer en aquél hombre
que tomó un atajo para llegar al pueblo
con una botella de ron entre las manos.
Estos poemas pertenecen al libro «Pájaro ebrio» del poeta Alexánder Hilasaca (Puno, 1987), editado por 12 ángulos, en Arequipa, en mayo del 2016.
Pintura: «The deep» por Jackson Pollock (1953)
https://www.jackson-pollock.org/